Luciana Guerra nació en Rosario. Estudió Bellas Artes en UNR. Concurrió los talleres de Julián Usandi­zaga, Rodolfo Perassi y Paula Grazzini. Asistió al taller de dibujo y collage de Eduardo Stupía y realizó Clínica de Obra con Gab Gabelich y Beatriz Vignoli. Entre 2002 y 2008 dictó talleres de dibujo, pintura y escultura en el Centro Cultural de Capitán Bermúdez y en la Comuna de Ricardone. Se radicó por unos años en Buenos Aires donde estudió Museología, Guía de Museo, asistió al taller de dibujo de Jorge Mansueto y participó en la planificación y Coordinación de Actividades Artísticas en el MHN (Museo Histórico Nacional).
En 2019 fue una de las ganadoras de la convocatoria de ilustradorxs del Gran Concurso Municipal de Cuento de la EMR (Editorial Municipal de Rosario). Obtuvo premios como el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional del Banco Tornquinst en CABA, el Primer Premio de Pintura en el Salón Nacional de la Fundación APS en CABA y el Primer Premio de Pintura Fundación Goethe en Rosario. En 2020 fue seleccionada para la Residencia Raíces, Catamarca y la residencia Sachcaqa, Perú, ambas a realizarse en 2021.
En 2015 expuso individualmente en Proyecto Pixel, Fundación COINAG, Capitán Bermúdez, Santa Fey en 2016 realizó la muestra Unheimlich, CCR, Ricardone, Santa Fe. En 2020 participó de Otra Feria con un Solo Show en edición México y edición Superpode­rosas y en 2021 de la edición Dibujar, con un Solo Show. Participó también de la muestra Extrañamiento, curada por Margarita García Faure, Pilar, Buenos Aires (febrero 2021).
Actualmente vive en Rosario, se encuentra en la micro residencia Flusslab y realiza clíni­ca de obra con Verónica Gómez. El médico y fisiólogo Etienne-Jules Marey (1830/1904) fue el inventor del término cronofotografía, y el desarrollador de esa técnica, considerada como la prehistoria, la base, de la cinematografía. Interesado en el vuelo de aves e insectos concibió diversos dispositivos, como la “escopeta fotográfica”, que le permitían registrar el movimiento a través de sucesivas fotografías que luego podían ser exhibidas en forma contigua o superpuestas, o incluso proyectadas como una secuencia. Antes que como precursoras del cine, Didi-Huberman propone pensar estas investigaciones como parte de un vasto proyecto de inscripción, de visibilización del tiempo. En efecto, a partir de 1863 Marey fue desarrollando su “método gráfico”: se trataba de registrar, sobre una superficie sensible, la huella de las fuerzas que actúan sobre un cuerpo (animado o no) en movimiento. Para esto diseñó el llamado tambor de Marey, un diafragma que permitía la captura y amplificación de los movimientos más delicados y que contribuyó a la invención o mejora de diversos artefactos: esfigmógrafos, quimógrafos, cardiógrafos, miógrafos, termógrafos…
Tanto las cronofotografías de animales en vuelo o de movimientos de personas, los diversos registros fisiológicos a través de diversos polígrafos, y las fotografías de humo (que Marey realizó para estudiar el movimiento de los fluidos ante la resistencia de un objeto sólido) tenían una problemática común: cómo representar lo invisible. Lo que interesaba a Marey era la expresión directa, la auto-representación de los propios fenómenos en forma gráfica, el registro como una prolongación física de los movimientos orgánicos, que termina dando cuenta, no solo de las fuerzas actuantes, sino, además y por sobre todo, del tiempo mismo.
Luciana Guerra también se plantea transformar movimientos y tiempo en imágenes. En sus propias palabras, se trata de la inscripción de “mi cuerpo, su movimiento, la presión que ejerzo en el ingreso y egreso de cada uno de los materiales sobre los distintos soportes”. Su cuerpo se convierte en una suerte de sismógrafo que registra estados emocionales, fisiológicos, intelectuales, conscientes e inconscientes. En el proceso hay infinidad de micro decisiones, a veces estéticas, a veces impulsivas, o fruto del azar, que van generando una suerte de cronografía, un registro del tiempo, o mejor de los tiempos, lineales, estratificados, anacrónicos. Suerte también de intrincada cartografía de territorios oníricos. Paisajes en continuo movimiento, como Luciana misma describe una de sus series, la de los sueños lúcidos generados por las benzodiacepinas, en los que “cada color tenía su propio recorrido, pero lejos de estar aislado, se relacionaba con el resto conformando un todo”. Cartografías de sueños, entonces, mediatizados por los movimientos y vibraciones del cuerpo, y también registro de diversas temporalidades (en los diversos estratos que componen las obras a veces aparecen collages de monocopias anteriores, que a su vez sugieren o impulsan nuevas intervenciones). Un fascinante método gráfico que, ya sea en trabajos de vibrantes e intensos colores o en enmarañados arabescos blanco y negros – especie de escritura asémica que a veces insinúa la figuración–, amalgama con soltura diversas técnicas y materiales: óleo, acrílico, lápiz, grafito, pasteles, collage, y que también apela a nuevas tecnologías, produciendo dibujos y pinturas puramente digitales. La experimentación de Luciana, como la de Marey, no se detiene, y eso la lleva a estar trabajando actualmente en el campo del video 3D y explorando la realidad virtual.


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